02/01/2006

¿Feliz ascenso? No, feliz descenso

Con motivo de estas fechas tan entrañables (y tan pesadas) casi todo el mundo, en el protocolario saludo de fin de año o de año nuevo, me desea un feliz ascenso al Aconcagua. Muac, muac y un “¡Que subáis todos!”. Y lo que en realidad desea uno, lo que más se agradece es “¡Qué bajéis!”. ¿Por qué? Porque el setenta por ciento de los accidentes que se producen en montaña son en el descenso. Porque casi nadie se mata subiendo. Porque desde que conozco a Oiarzabal todos los problemas, anécdotas, o batallitas se producen bajando. Desde el famoso descenso del K-2 que le costó amputaciones a Juanito y a Edurne Pasabán a otros episodios legendarios de los que Juanito salió con mejor suerte, aunque le costaron la vida a otros compañeros. Por ejemplo, se salvó de milagro en una avalancha bajando del Ice Tooth, cerca del Shisha Pagma. Sufrió hundimiento de vértebras. En el Kanchenjunga, pidió a los hermanos Iñurrategui que lo abandonaran en el descenso. Se quería morir. En el Everest, una vez bajó ciego (yo lo vi) y al año siguiente lo daban por perdido. Y siempre bajando. Es evidente que nosotros no vamos al Himalaya, pero en la ruta normal del Aconcagua (la nuestra) los problemas se dan en el descenso. No en forma de caída, pero sí de extravío. Así que no nos deseen feliz ascenso. Mejor, feliz descenso.


Un récord

La mujer más joven en subir al Aconcagua es de Guipúzcoa, de Eskoriaza. Se llama Naiara Eceiza y, cuando subió en el 94, tenía 14 años. Los guías que la llevaron hasta la cumbre eran un tal Juanito Oiarzabal y Atxo Apellániz. Dos amigos inseparables, una de las mejores parejas alpinísticas de siempre. Al año siguiente, Atxo moriría de puro agotamiento en el K-2. Murió bajando, por supuesto.