24/01/2006

Yo no subo

Palomar, no me hagas esto”, decía Juanito cuando me vio llegar hecho unos zorros al campo I. Sólo con verme la cara, ya sabía lo que había: la retirada. Y eso que la mañana había sido perfecta. Buenas sensaciones desde el principio. Logré llegar a Plaza Canadá con los ‘galácticos’ en sólo dos horas. Paramos, bebimos y cuando me levanté, era otra persona. No me quedaba un gramo de fuerza en las piernas. Mal de altura se llama eso. Me arrastré por la huella como pude. Se quedaron conmigo Amavisca y Vallejo. Juan me llevó la mochila. No sé cómo alcancé el campo I. Hacía días que tenía la decisión tomada: si llegaba de mala manera a Nido de Cóndores, me retiraba. Juanito insistía: “¿Y no hay manera de convencerte?”. Yo miraba a Vallejo, el más racional del grupo. Él decía que no con la cabeza. Entonces, me abracé a Juanito y rompí a llorar. Le pasé los trastos de periodista: el teléfono, los números a los que tenía que llamar, los horarios… Me despedí uno a uno de los expedicionarios: Amavisca, mi compañero en el furgón de cola, Theresa, Martín, Chema, que me dio un gran apretón, Escartín, el doctor… A Vallejo, que tanto me ayudó, le hice una última consulta: “¿Hago bien?” “Has hecho lo que tenías que hacer”.

En la tienda lloré

Luego se fueron y me metí en la tienda. Me metí en la tienda, a llorar. Mi sueño era llamar a Radio Marca desde la cumbre, dejar la bandera de mi pueblo (Olmedo, Valladolid), coger tierra de la cima para llevarla donde están las cenizas de mi viejo… Había quedado con mi hijo en que le silbaría desde la cumbre. Y tras masticar todo esto durante un buen rato, me limpié las lágrimas, me sorbí los mocos y me bajé al campo base a escribir esta columna. Esto es lo que hay.