25/01/2006

El día inolvidable

Alas cuatro de la mañana, la alarma del teléfono móvil despertó a Beatriz Guzmán un par de tiendas más arriba. Apagó la alarma y encendió el walkie-talkie. Era lo convenido con el equipo de cumbre. Encender los walkies cuando ellos se despertaran. Pero durante la fría noche no hubo más que silencio. A las nueve y media, aparecimos los tres, Bea, Gervasio y yo, por la tienda comedor. “¿Qué? ¿Nada?”. Bea tenía buenas noticias. Había conseguido una comunicación entrecortada con Juan Vallejo en la que decía que todos estaban bien. A partir de ahí, se desató una cascada de acontecimientos que no olvidaremos jamás. Más comunicaciones, el programa de Radio Marca que escuchamos íntegramente a través de un ‘manos libres’, la llegada de Theresa a la tienda, la llamada desde la cumbre, el perolo de la sopa que se quedó sin tocar, las idas y venidas de Gervasio Deferr, llamadas de las familias, explicar hasta la extenuación cómo es la Canaleta y, sobre todo, cómo diablos se baja del Aconcagua…

¿Y ahora qué?

Ni yo ni nadie de los que estuvimos por aquí olvidará nunca el 24 de enero de 2006. Más allá de los que subieron y los que no, todos tuvimos un motivo para salir del saco por la mañana. Unos, hacer cumbre; otros, contarlo; los de más allá, hacer el perolo de la sopa. Creo que nadie de los que estuvimos ayer en el Parque Provincial del Aconcagua hubiéramos querido estar en ningún otro sitio del mundo.
Supongo que ahora vendrá la depresión ‘post-cumbre”. ¿Qué va a ser de nosotros sin la sombra del Aconcagua? Ya lo dijo Maurice Herzog, el primer hombre en la historia en conquistar un ‘ochomil’. “Hay muchos Annapurnas en la vida de los hombres y no todos tienen forma de montaña”.
O sea, a seguir viviendo.