DAVID ESPINAR Barcelona

El primer partido después de la despedida de Guardiola fue tan poco propicio para el Barça como el anuncio del capitán. El Zaragoza no quiso unirse al supuesto homenaje que el Camp Nou iba a tributar a su futbolista más emblemático y aprovechó la indolencia defensiva de los azulgrana para llevarse parte del confeti del festejo, en un encuentro extraño, de silbidos y ovaciones, de errores y aciertos, tan loco como la semana que ha vivido el barcelonismo, que se quedaba huérfano de símbolos y abandonado por su presidente, de fiesta en la nieve, y que vio por la televisión cómo su equipo volvía a marcar cuatro goles y a encajarlos.

El Barcelona apareció en su estadio viciado por los rumores que le asolaron durante toda la semana. Entre jugadores que se van y futbolistas que vienen, ninguno de los presentes fue capaz de decidir a favor de su equipo y, aún peor, estuvieron en la luna en los dos goles que encajó el Barça en la primera mitad. La marcha anunciada por Guardiola pareció que dejaba sin identidad a una institución de más de cien años de historia. Y los principales ejemplos de ese vacío que parece irreparable se pudieron ver en los meros detalles: el césped, más propio de un prólogo del París-Dakar que del billar que solía ser este campo; las mayores ovaciones, dedicadas al Alavés y al Osasuna por sus tantos en Mestalla y Riazor; los rumores de desconfianza en la grada y los pañuelos y silbidos del descanso...

Signos de penitencia bien avenidos con las fechas presentes. Y el Barça, aunque se haya construido un mito engañoso en esta temporada, tiene mucho que purgar, principalmente en su pecaminosa defensa. Sin embargo, el conjunto barcelonista no jugó mal. Taponadas sus bandas, lo intentó por el centro pero las ocasiones no fueron materializadas, repitiéndose un pecado bastante corriente en esta campaña. A pesar de que Luis Costa ordenó un equipo bien dispuesto defensivamente, los azulgrana pudieron encontrar esos espacios con verticalidad, sin que el Zaragoza pudiera adelantar sus líneas con peligro, aunque sí que las mantuvo muy juntas y bien formadas.

Solamente la salida de Iván de la Peña a la banda para calentar sirvió como sacrificio para atemperar el enfado del respetable. Serra Ferrer fue listo y emprendió así la operación de imagen que debía tener un reflejo en la actuación de sus futbolistas y en la entrada del cántabro, colocando a Rivaldo de extremo derecho. Los golpes del peligroso contraataque visitante fueron equilibrados por las ganas de un equipo que se quiso agarrar a la historia para vencer a sus rivales, pero que no tuvo suficiente con un once en el que se mezclaron jugadores que se quieren ir, otros que no cuentan para el técnico, y unos pocos que quieren ganar más dinero. Un combinado que, por mucha calidad que tenga, encierra demasiadas trampas.