DAVID ESPINAR / Zaragoza
Como apuntaban la mayoría de presagios, La Romareda condenó al Barcelona a una semana negra. Si a los malos resultados hay algo negativo que se puede añadir en un grande es el ridículo, y el conjunto de Serra Ferrer fue ayer un nuevo monigote futbolístico, carente de ideas y peligro, y reducido en todas las líneas por un Zaragoza tan voluntarioso como brillante. Además, a sus despropósitos conviene añadir un error, el de Arnau, que regaló el segundo tanto a los aragoneses y que reabrió el debate sobre el acierto del técnico mallorquín cuando apartó a Richard Dutruel de la titularidad por la presión popular. Desde el comienzo, el Zaragoza supo cómo afrontar un partido que era más importante de lo que las alturas del calendario podían dejar entrever. Presionó a la línea defensiva del Barcelona con descaro y los centrales de Serra Ferrer transmitieron con la pelota una inseguridad alarmante al resto del equipo, de la que ya no se repusieron. Xavi desapareció y sólo Rivaldo quiso recibir el balón para atacar aunque tampoco fue la noche del brasileño, inédito en el segundo tiempo. José Ignacio y Acuña se hicieron dueños del centro del campo y Juanele y Martín Vellisca aprovecharon el desatino de sus rivales para superar a sus marcadores. Con ese paisaje, el cuadro no podía ser otro que el de la superioridad manifiesta de los locales. Se quejaba el barcelonismo de que su equipo no materializaba las ocasiones de las que disponía.

Sin orden ni concierto
Después del encuentro de ayer, las reclamaciones pueden ir aún más lejos porque el Barça ni siquiera creó alguna oportunidad convincente. El juego de los azulgrana fue el propio de un conjunto desquiciado, que carece de orden y solidaridad, que hace entradas feas y a destiempo, que falla en pases muy asequibles y que adopta actitudes imberbes en situaciones en las que la experiencia de unos internacionales debería dejarse ver. El Zaragoza siempre miró al partido de frente mientras el Barcelona lo hizo de reojo, sin meterse de lleno en el juego y, por lo tanto, pagando muy cara su desidia. No estaban los azulgrana para tontear con un rival habitualmente poco hospitalario para el cuadro catalán y esa postura favoreció al festival zaragocista, que no perdió la ocasión para demostrar a Joan Gaspart, presente en el estadio, que su equipo no da miedo a nadie... que no sea del Barcelona. Porque el sufrimiento que Serra Ferrer y los suyos están propiciando a sus seguidores esta temporada ya ha sobrepasado los límites de la paciencia que se conceden a una campaña de transición. Por el momento, la confianza aterriza en Zaragoza y se confirma con la convivencia que ayer se vivió entre la afición y el equipo. En Barcelona, en cambio, llegan los días en que, antes de jugar la UEFA, se buscará recambio a Serra, a cuatro o cinco jugadores, se sondeará el mercado en busca de portero, se discutirá el cambio de sistema, de actitud, de sede social... En resumen, que parecerá que el tiempo no haya pasado y que la pesadilla del año anterior por estas alturas, en el maldito noviembre azulgrana, siga dando la lata.