Por Alberto Gomez Da igual el tiempo que haga, si el sol es más insistente o si una imprevista tormenta refresca la pegajosa atmósfera de Sao Paulo. En Brasil siempre hay fiesta sin motivo aparente. Y cuando lo hay, como es el caso del Gran Premio de Fórmula 1 -aunque quizás esto es sólo un pretexto más para montar jarana-, el torrente se desborda. Los accesos a Interlagos se convierten entonces en arterias contaminadas de coches bramando. Miriadas de personas en chanclas, muchos descamisados por las altas temperaturas en este otoño estival y la humedad asfixiante, se arremolinan en torno al circuito brasileño y los revendedores de productos piratas hacen su agosto a costa del fanatismo que como una liturgia acerca a los brasileños hasta este foco de peregrinación (cercano al santuario de Morumbi, donde descansa Senna). Algunos aprovechan el sonido ritual del Bossa Nova para marcarse unos pasos y poner más pimienta en el ambiente; otros despedazan a bocados batatas recién horneadas o sorben con una pajita los cocos helados amontonados en puestos ambulantes; y otros, los más, aprovechan para alimentar la libido desnudando con la mirada a las numerosas brasileiras que, azafatas o no, se contonean despertando al personal en medio del bullicio en una ciudad que supura sensualidad. En medio de esta belleza anárquica los policias se desquician ante el desorden establecido. El rojo empapa las calles y se extiende en largas e interminables colas por las calles cercanas al trazado paulista a modo de carnaval. Las endebles gradas provisionales de Interlagos también se ponen coloradas de Ferrari. El rojo ferrarista, por supuesto. Ferrari es ya una religión profesada por millones de acólitos, especialmente en Brasil, donde Barrichello es una suerte de profeta de la iglesia de Maranello. El resto de equipos son pequeñas hermandades repartidas por el ‘paddock’ sin catecúmenos, sin pasión. Ferrari, tan rojo, lo ocupa todo en esta otra festividad carnavalera en que se convierte el Gran Premio, con sus disfraces encarnados de Cavallino, sus charangas de trompeta y tambor y su delirio triunfante.