TENIS    
 
EL VASCO DICE ADIÓS AL TENIS TRAS DIEZ AÑOS COMO PROFESIONAL
Berasategui, el 'rápido de Arrigorriaga'
FERNANDO M. CARREÑO / Madrid

Preguntado en cierta ocasión Pete Sampras sobre por qué no se prodigaba más en la tierra batida europea si era cierto que, como proclamaba, Roland Garros era uno de los grandes objetivos de su carrera, el número uno respondió que "puedo venir a Europa y hacerlo con la mejor intención de jugar partidos para llegar en forma a París, pero sé que tarde o temprano me encontraré con uno de esos españoles que corren como demonios y lo devuelven todo, y o bien me ganan por más que luche, o me dejan tan agotado que puedo caer en el siguiente partido. Prefiero entrenar a mi modo". Esta quizá sea la única declaración en la que el número uno del mundo reconocía alguna 'debilidad' y, aunque no puede decirse qué rostros pasaban por su mente entonces, quizá uno de ellos fuera el de Alberto Berasategui.

Alberto, 'Txikito de Arrigorriaga', ha anunciado su retirada a los 28 años de edad, y después de solamente diez en el circuito, pero en ese tiempo le dio tiempo para hacer mucho, como si viviera con la rapidez que caracterizaba a su juego. Diez años que le dieron para jugar una final de Roland Garros (1994), en la que cayó ante Sergi Bruguera en la primera final española de la historia, le dieron para ganar 14 torneos, para ser 'top ten', para jugar un Masters y, sobre todo, para convertirse en uno de los jugadores más temidos y respetados sobre la tierra batida, uno de los jugadores que crearon la historia y la leyenda de la 'Armada' española.

Alberto nació para el tenis en Estados Unidos, en la Academia de Harry Hopman, pero sus primeros pasos 'serios' los dio el equipo Bimbo Tenis Olímpico que, antes de los Juegos Olímpicos de Barcelona, puso los medios para que varias jóvenes promesas comenzaran a viajar por el circuito. Cuando se deshizo, un entrenador y dos jugadores decideron unir sus fuerzas para abrirse camino por el ATP Tour. El entrenador era Javier Duarte. Los jugadores, Alberto Berasategui y Alex Corretja. Alberto fue el primero en explotar. En 1994 llegaba a Roland Garros ya con dos títulos en su haber, pero en el 'pelotón de los terrícolas'.

Sin embargo, tuvo la inmensa fortuna de encontrar en aquellas dos semanas el estado de gracia que todos los tenistas quieren en el Grand Slam. Corrió más que nunca, llegó a la bola antes que nadie y su peculiar forma de empuñar la raqueta y golpear pasó de ser una rareza a convertirse en la sensación del circuito: John McEnroe la definió en la ESPN como "parece un parabrisas". Y el caso es que así era: una empuñadura extraña, al revés de lo que explican los cánones, le permitían golpear velocísimamente la derecha y el revés, siempre con la misma cara de la raqueta. No pudo con Bruguera en la final, pero ganó aquel año ocho torneos, llegó al 'top ten' y lo acabó con la triste experiencia de un Masters en 'supreme' en el que sus fortalezas se convertían en debilidades. La organización quiso echarle aduciendo una lesión para que jugara Stich (la sede era Frankfurt) pero este, gallardamente, defendió públicamente los méritos de Alberto.

Sin embargo, aquel fue su último año totalmente libre de preocupaciones. Siguió jugando, por supuesto, y hasta 1998 siempre ganó al menos un título al año, pero entonces comenzó a sufrir un problema recurrente al que ningún médico encontró solución: los calambres que le atenazaban cada vez que los partidos se prolongaban demasiado, y que le privaron de éxitos más importantes. Alberto probó de todo, pero no hubo manera. Una sola vez pareció que el problema se resolvía, y entonces se vio lo que Alberto pudo haber sido. En 1998, cuando una nueva generación había superado a la suya, Alberto había evolucionado, sabía ya jugar en pistas rápidas, y al Open de Australia llego en plena forma: se 'cargó' a Agassi y Rafter antes de ceder ante Marcelo Ríos en los cuartos de final. Pero pocos meses después, en medio de otra gran cabalgada de triunfos, en Hamburgo, volvieron los calambres y con más fuerza que nunca. Alberto nunca llegó a levantar cabeza, porque a ese problema se sumaron otras lesiones y ahora, desde el 199 del mundo, dice adiós. Dentro de cinco meses será padre y ha reconocido que no tiene "ganas de arrastrarse por las pistas".

Y si así lo cree hace bien, porque Alberto nunca se ha arrastrado. Ni siquiera aquellos tristes días en Ciudad de México cuando le pudieron la presión y la altura y no pudo evitar que España perdiera la máxima categoría en la Copa Davis. Ahora, pues, decide que es hora de dirigir su vida hacia otra carrera lejos de las pistas. Pues suerte, Alberto, y que vendas muchos pisos.
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