L a victoria más emotiva de Michael Schumacher
en los últimos años pasó ayer a un forzoso segundo
plano. La crónica de una victoria inapelable
se vio empañada por la muerte de uno de los
cientos de miembros de la seguridad que pueblan
los circuitos, sobre el que se cebó la fatalidad.
Pero así es la casualidad y el destino.
Schumacher ha logrado igualar las victorias
del que dicen es el mejor piloto de todos los
tiempos, Ayrton Senna, 41 cada uno, pero el
recuerdo de Senna ayer era de otro tipo, ya
que la de ayer es la primera muerte desde la
del propio mito brasileño en 1994, desde hace
seis años en los que la seguridad en los trazados
ha sido una exitosa y brillante obsesión para
la FIA.
Así de cruel es a veces la casualidad, y un
día para descorchar el champán y escribir con
letras de oro el nombre de Schumacher, se cerró
con lágrimas, gestos torcidos y algún apretón
de manos. Así se escribe la historia a veces,
y el capítulo que firmó ayer el ‘Kaiser’, con
buenas o malas artes, fue brillante, inapelable
y demoldor, una gran victoria que deja el Mundial
reducido a una diferencia de dos puntos de desventaja
sobre el líder Hakkinen. Ferrari respira y Monza
ha abierto de nuevo las puertas del milagro
en el día en el que nadie lo pudo celebrar.