Perfil de Daniel Pedrosa




La extraña pareja (*)


ANTONIO A. CASTILLO. Madrid
Jack Lemmon era un gran actor, uno de los mejores de todos los tiempos. Walter Matthau no llegaba a tanto, pero también era bueno. Por lo demás, no tenían nada que ver. Sin embargo, esos dos hombres tan diferentes en el físico y en su forma de actuar ante las cámaras fueron capaces de crear una 'entente cordial' que dio al cine alguna de sus grandes obras maestras.

Lo de Pedrosa y Rossi es, salvando las distancias, un caso parecido: son diferentes, muy diferentes, pero sin ellos no podría entenderse el motociclismo moderno. Es importante comenzar diciendo que Dani admira a Valentino, lo que no extraña a nadie dado que el italiano es, pese a su juventud, uno de los grandes de la historia del deporte; pero también hay que decir que 'Valen' admira igualmente al diminuto piloto español, cuyas carreras suele seguir pegado al muro que separa el asfalto de los boxes en la recta de meta. A Rossi le preguntaron una vez por su piloto favorito y él, con su característico timbre de voz, dio el nombre de Pedrosa, respuesta que muchos, teniendo presente el carácter chistoso del transalpino y la inexperiencia del catalán en el Mundial, se tomaron a broma. Pero esta vez Rossi iba en serio, muy en serio, quizá porque Dani le recordaba su propio bautismo en el campeonato, con una cara de niño que asustaba, y sabía lo que venía después...

Hoy, Rossi y Pedrosa son dos realidades, dos caras de la imagen del campeón: explosivo y extrovertido el italiano, tímido y serio el español. Valentino, como Matthau en el cine, ha brindado algunos de los planos más memorables de la 'cara alegre' del Mundial; su profesión es su pasión, y la vive a tope, disfrutándola, consciente de que tiene un don que le permite hacer con relativa facilidad lo que otros no consiguen ni con todo el sacrificio del mundo. No es extraño, por tanto, que lo hayamos visto disfrazado de Robin Hood en el podio; o de pollo, por aquello de hacerle publicidad al negocio de un amiguete; o de presidiario, para indicar su malestar con la prensa italiana, que le exige mucho y le reconoce poco; o con chancletas y bañador, porque tenía que irse a la playa después de que sonara el himno... 'Valen' es así, una fuerza de la naturaleza que despierta pasiones por su espontaneidad, pero que también es odiado por quienes entienden que una profesión que mueve presupuestos multimillonarios exige una actitud más 'formal'. Pero que nadie se equivoque: Rossi es un profesional como la copa de un pino que ha ganado títulos en cuatro categorías diferentes, y mientras brinde exhibiciones como las actuales sus detractores se tendrán que callar.

Pedrosa es la otra cara de la moneda. Juntas, nos dan la imagen real del Mundial. A Dani no se le ha visto adoptar poses estridentes en el podio. Ni fuera de él. Es un tipo sobrio y sencillo que se comporta como lo que es: un chaval de 18 años. Todavía le cuesta hablar ante los periodistas, que lo tienen difícil a la hora de sacarle titulares, y se sigue refugiando tras la sombra de su familia y de su 'segundo padre', Alberto Puig, el hombre que le ha llevado a lo más alto y con el que tanto tiene en común. Sobre el asfalto es igual: su estilo sobrio y preciso, su preferencia por rodar en solitario a ritmo de récord en pos de la victoria, contrasta con las derrapadas y los caballitos de Rossi, que nos ha acostumbrado a remontadas de vértigo. Pero el resultado es el mismo, la victoria, y a uno le vienen entonces a la mente las palabras del mítico Kenny Roberts, que recordaba que el mejor triunfo es el que se consigue a la menor velocidad posible.

Así que aquí los tenemos, el anverso y el reverso, los dos ingredientes del guiso que da cuerpo al motociclismo. Que no nos quiten ninguno, porque el plato no sabrá igual.

castillo@recoletos.es

(*) Este artículo fue escrito hace un año, después de que Pedrosa se proclamara campeón mundial de 125 c.c., pero lo recuperamos por su vigencia.