Nos hemos largado. Ya no estamos en el campo base del Aconcagua. Adiós al saco gordo de la cremallera estropeada. A orinar a favor de viento para no ponerse perdido. A las galletas, duras como piedras, del desayuno. A las piernas cansadas. A la respiración agitada. A la pulcritud de Theresa Zabell. A los silencios de Escartín. ...
Leer másAllá en la base de la Canaleta, aún a más de 6.000 metros, antes de exponerse de nuevo al azote de un viento terrorífico, las palabras de Juanito Oiarzabal eran agónicas. Su voz de serrucho viró a la de un tipo que se ahoga. Entre estertores, el montañero relató por la radio lo que estaba pasando: “No he podido contactar desde la cumbre porque hacía un frío terrible.
Leer másLa crÓnica
¡A 5.000 metros!
16/01/2006
Roberto Palomar
Sobre la una y media de la tarde, Gervasio Deferr se quitaba su
mochila, la apoyaba en una roca de la cumbre y dejaba resbalar un
par de lágrimas por sus mejillas. Era el único que faltaba en la
cima. Había sufrido mucho durante las cuatro horas de ascensión
y el sufrimiento lo sacaba fuera en forma de llanto: “Es el día
más duro de mi vida, el más duro. Pero merece la pena estar aquí”.
Unas décimas de fiebre
La jornada había comenzado mucho antes, a las ocho de la mañana,
con el desayuno. Juanito y Amavisca se presentaban con unas décimas
de fiebre. El médico desaconsejó que subieran, así que se quedaron
en el campo base, con el compromiso de caminar un rato por la tarde
si se encontraban mejor.
El resto del grupo partió a las nueve. El sol todavía no daba en
el glaciar. El termómetro marcaba menos cinco grados. Los expedicionarios
iban forrados de ropa. En cuanto salieron de la zona sombría, empezó
a sobrarles de todo. Al fondo se veía el Cerro Bonete, con una cumbre
en forma de pirámide que, a lo lejos, se veía imposible de conquistar.
Chema Martínez se dio la vuelta nada más salir. Se les había olvidado
la bandera de cumbre.
Enseguida se formaron los grupitos. Los más fuertes, por delante
con Vallejo: Theresa Zabell, Chema, Martín Fiz y Escartín. Por detrás,
los periodistas, Gervasio y una montañera que se unió en la ruta.
Los primeros problemas fueron los ‘Penitentes’, pequeñas formaciones
de hielo difíciles de atravesar. A ello se unía la altura y el porcentaje
de la subida. Cada cual iba a su ritmo con sus quebraderos encima.
Al médico le dolía la cabeza, a Beatriz Guzmán, la fotógrafa, le
perseguían sus molestias musculares, a Chema Martínez le agobiaban
los desniveles y las zonas de piedra con evidente peligro de caída:
“La verdad es que esto acojona”, reconocía Chema. “Es la primera
vez que me asaltan las dudas sobre la ascensión”.
Los últimos metros fueron un calvario para Beatriz Guzmán y para
Gervasio Deferr. “Se me va la cabeza”, decía la reportera, que tenía
que parar cada poco para recuperar el resuello. Pero, como siempre,
llegó.
Con todos en la cumbre, sólo faltaba Gervasio. Juan Vallejo, el
guía, se fue a buscarlo: “Me da miedo que se quede por ahí con este
terreno”. Al poco tiempo asomaron las cabezas de los dos. Sus compañeros,
que estaban tomando un bocado en la cumbre, lo abandonaron todo
para jalear al gran Gervasio. Su llegada fue recibida con una gran
ovación a cinco mil metros. El gimnasta lloraba en silencio de sufrimiento.
Aconcagua a la vista
Desde el Bonete se veía la impresionante pared del Aconcagua que
los montañeros tendrán que afrontar hoy. El Aconcagua parecía más
grande todavía. A lo lejos se adivinaba la ruta trazada por una
huella en zig-zag. Daba miedo verla.
El descenso fue vertiginoso. Tras pasar una zona delicada bajo la
supervisión de Juan Vallejo, el grupo se disgregó y cada uno bajó
a su ritmo.
A media hora del campo base se encontraron con Amavisca, recuperado
de sus décimas de fiebre. El futbolista salió a coger una punta
de altura para no perder aclimatación.
Para hoy está prevista una durísima jornada. Nada más y nada menos
que la ascensión a Nido de Cóndores, el campo uno de la ruta normal
al Aconcagua. Una subida de casi siete horas y de máxima exigencia
física y, sobre todo, psicológica.
Quienes bajan de allí lo hacen como huyendo del diablo. Pero eso
no será lo peor. Lo peor será tener que pasar el día allí, cinco
mil cuatrocientos metros, con un viento del demonio. La expedición
subirá comida para no cocinar, tendrá que derretir hielo para beber
y montar sus propias tiendas, que esta vez serán una para cada tres
expedicionarios. Un día en el mismísimo infierno pero que es vital
para la aclimatación. Un paso obligado para poder subir al Aconcagua..
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