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El Reto MARCA - Aconcagua'06

El diario de Roberto Palomar

Adiós al Aconcagua

Nos hemos largado. Ya no estamos en el campo base del Aconcagua. Adiós al saco gordo de la cremallera estropeada. A orinar a favor de viento para no ponerse perdido. A las galletas, duras como piedras, del desayuno. A las piernas cansadas. A la respiración agitada. A la pulcritud de Theresa Zabell. A los silencios de Escartín. ...

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La experiencia de Juanito Oiarzabal

“Incluso pensamos en darnos la vuelta”

Allá en la base de la Canaleta, aún a más de 6.000 metros, antes de exponerse de nuevo al azote de un viento terrorífico, las palabras de Juanito Oiarzabal eran agónicas. Su voz de serrucho viró a la de un tipo que se ahoga. Entre estertores, el montañero relató por la radio lo que estaba pasando: “No he podido contactar desde la cumbre porque hacía un frío terrible.

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La crÓnica

El campo I ya estÁ instalado

17/01/2006

El campo I ya está instalado

Roberto Palomar

El campo I del Reto Marca Aconcagua quedó ayer instalado a 5.380 metros. Tres tiendas forman nuestra pequeña porción de montaña, donde, bajo una gran nevada, pasamos la noche, donde volveremos dos días antes del ataque a cumbre y donde, probablemente, pernoctaremos, si todo ha ido como está planeado, con la cumbre hecha el 24 de enero. De cumplirse estos plazos, desde luego lo haremos con unas caras con menos expresión de sufrimiento que las que vi ayer a la llegada a Nido de Cóndores, después de casi siete horas de ascensión, donde se estableció quién está en mejor forma

De todos los que subimos -Deferr se quedó descansado- hubo dos rendimientos asombrosos. Uno, por inesperado al no estar en su terreno, el de Theresa Zabell, siempre con el grupo delantero del que marcaba el ritmo Vallejo, seguidos de Martín Fiz, Fernando Escartín y Chema Martínez, tipos cuya capacidad aeróbica está fuera de todas dudas. Una lección la de la doble campeona olímpica, tenaz como nadie. Otro, por la duda de sus pies, y por la fiebre que tenía el día anterior, el de Oiarzabal. “Lo de Juanito es una cosa paranormal”, decía el doctor Ávila. “Otro con la fiebre que tenía el día anterior no hubiera sido capaz de dar cuatro pasos, pero él es una fuerza de naturaleza”.

Presumiendo las distintas prestaciones que daríamos en la montaña, enseguida se formaron dos grupos, mucho antes de atravesar la segunda zona de rocas, el único punto de alivio en una pendiente que no se acababa nunca, llena de zig zags inacabables, larguísimos, kilómetricos, en los que, al final de la etapa en resumen, había que salvar un desnivel muy grande, casi 1.200 metros. A veces era mejor ir mirando al suelo para no desmoronarte con lo que se venía encima: un camino casi siempre pedregoso o lo que es peor, a veces convertido en una arena muy blanda, en la que hacer tracción resultaba milagroso. De vez en cuando, al mirar hacia la cumbre, se veían las siluetas del grupo de Vallejo, lo que agravaba la situación particular de cada uno, pensando todo lo que faltaba por cubrir. Casi peor era ver bajar a velocidad de vértigo a los que volvían felices de la cumbre. Psicológicamente me hubiese cambiado por uno de ellos a ciegas. Qué diferencia de andar entre esos y todos los que como hormigas íbamos subiendo a ganar altura. Otros de otras expediciones, ya aclimatados y a mejor paso, directos a una cumbre que se producirá, en teoría, en un par de días. Suerte.

Mediada la mañana, los menos entrenados apenas tuvimos una tregua en el descanso del bocadillo, que fue un periodo más largo para los que respondieron sin problemas, y a Nido de Cóndores, uno de los puntos más emblemáticos de la subida al techo de occidente, llegamos con la lengua fuera, con ganas de echar la papilla y con el único consuelo de que el sufrimiento se había terminado. En ese grupo nos encuadramos Amavisca, que pese al cansancio nunca perdió el gesto, Beatriz Guzmán y yo, que sufrimos el desgaste de moverse a una altura que castiga a cualquiera.

Hoy, de nuevo a Plaza Mulas
Una vez alcanzado el campo I, donde habría unas 20 tiendas, el médico pasó revista a la tropa. Alguno de los síntomas del mal de altura, expresado en vómitos, se diagnosticó, aunque nada que no fuera curable con una buena hidratación y una larga dormida. Hoy, en función de como el doctor vea al grupo decidirá si se hace algún tipo de actividad a esta altura o se opta por bajar directamente a Plaza Mulas, una altura mucho más tolerable para la mayoría de nosotros, que ésta que levanta un dolor de cabeza insoportable y apático.

Después de recuperar el resuello, el grupo, los que estaban más fuertes en realidad, se puso a montar las tres tiendas. Y comenzó a hacer viento y a nevar. Se echó el marrón encima y la temperatura bajó varios grados. Lo que faltaba.

Las crónicas

Ayuntamiento de Pozuelo de Alarcón (Madrid)

La Expedicin